Frío. Mucha luz. Mucho ruido. Por eso llora Ruth.
No sabe que ha tenido mucha suerte. Enseguida estará calentita, arropada y bebiendo algo dulce y delicioso.
Ya la quieren. En realidad la quieren desde antes de conocerla. Y ha costado mucho traerla. Que se lo digan a su madre, que sigue exhausta acostada en la camilla tras varias horas de parto. Y aun así, está deseando verla y cuidar de ella.
Va a vivir en una casa preciosa, con un jardín y una valla blanca. Todavía no está allí, pero dentro de unos años, en el jardín habrá un columpio, también blanco. Le han preparado una habitación de cuento de hadas, llena de flores y corazones.
Irá a un buen colegio, llevará vestidos bonitos, tendrá juguetes nuevos y tal vez hasta un perro. Su padre ya está a punto de ceder en ese tema.
Han preparado una fiesta de bienvenida para cuando llegue a casa, con regalos, dulces, globos y guirnaldas de banderines. Ella no se va a dar cuenta, claro. Ni siquiera lo recordará. Pero más adelante sonreirá al ver las fotos. Irá a verla toda la familia y un montón de amigos de sus padres, y todos dirán lo guapa que es y le sacarán parecidos. De esto sí podrá acordarse porque se repetirá muchas veces. Casi cada vez que la vean durante unos años.
Pero ahora sólo llora porque tiene frío, porque hay mucha luz y mucho ruido.
No sabe que ha tenido mucha suerte.
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